Pequod Co., en colaboración con la curadora Lorena Peña Brito y Proyecto Y, se complace en presentar Tierra de pocos. Teatralidades y farsas, una exposición que propone una mirada urgente sobre las tensiones entre cuerpo, paisaje y poder en la escena artística de Mérida, Yucatán.
Este calor nubla los ojos y las extremidades, la ropa que roza una dermis que siempre estira y afloja, como nuestra intención política, nuestros límites en la res pública. Es nube vaporosa que se anida bajo los pliegues de la piel, en las axilas, en el pecho. Lo respiramos en forma de sudor minúsculo y lo olemos queramos o no bajo el rayo del sol, en los gimnasios, en la pista de baile de un bar atiborrado de angloparlantes y latinos de acentos variados. Esta temperatura es un lastre cuando no debería de serlo. Sol y paisaje que se malentienden cuando llegan hordas de unos otros atraídos por el rocío de la mañana, la humedad selvática, su pátina en las edificaciones antiguas y el piso que rebota la luz y cega transeúntes, comerciantes y turistas. Estos grados Celsius se sienten distinto en las partículas de agua de la cara de unos y otros, en la piel muerta que se queda en la ropa interior y en el periné de los que bailan y de los que sirven los tragos.
Hacemos como si esa reacción física no existiera. La ropa mojada, el rostro pegajoso que enmarca la risa genuina fraternal y la sonrisa forzada como parte del horario laboral. Porque no se puede ser frágil a pierna suelta, se requiere de una esencia iracunda y un talento natural para vulnerarse y llevarse entre las patas todo lo céntrico en exceso: el ego, la cultura europea, lo fálico, lo antropológico. Afrontamos unas puestas en escena desde la sombra y luego nos movemos enjambradas sobre unas formas de vida que simplemente no resbalan. Respondemos a las teatralidades de un territorio que resulta del despojo y el extractivismo, poniendo el culo y las plantas de los pies sobre la superficie caliente del concreto, sobre el terreno baldío, sobre el control heteronormado, en medio de un lago falso para ser águila que escupe sobre sí misma con tal de tocar el cielo.
Todo el mundo viene a ver las ruinas. Los vestigios de otro tiempo. A sentarse en la arquitectura mexicana y en las artesanías que “qué bonitas son esas técnicas ¿verdad?”, “qué bonito este fire pit”, qué bella esta sensación de ser espirituales y conectarnos con la madre tierra y la madre naturaleza y “la concha de su madre”. Qué potente escena, siento que estoy viva; vamos a tomarnos una foto grupal, y ya entrados en tragos un beso de 3, o de 4 con descarga eléctrica para sentir que algo nos atraviesa y que nos corre la sangre. Se dice, o lo dijo un señor como siempre¹, que en las culturas mesoamericanas los nativos diseñaban obras teatrales (no el bailable como el que viste en tu hotel, teatro)- desde la sugerencia o evocación de la realidad de su entorno y de su público. Eran las formas de resistencia de los pueblos y naciones originarias que desde puestas en escena anticipadas y bajo sus propios referentes, encontraron la manera de procesar y citar la realidad que enfrentaban. Luego estas obras murieron por prohibición de los españoles. Aquí en este espacio, el que abrimos con la distancia de nuestras corporalidades para hacer un centro de lo que no abunda, que es nuestra generación con sus guías, al menos nadie prohíbe nada. Y podemos hacer nuestra propia versión de Farsa, -o estas “farsitas” como también dijo otro señor- porque esta presencia es lo único que nos queda, además de nuestra diversidad identitaria y compleja, y la potencia de nuestra propia imagen, del cuero tatemado, de la marca de un sol que no está aquí. El espacio que se forma entre nosotros es tierra de pocos² y de unos cuantos que se escogen a sí mismos.
-Lorena Peña Brito. Curadora
Artistas:
Max Castañón
Ximena Carrillo
Yael de Gorostegui
Melissa Gabriela Aguilar